A pesar de llevar más de 10 años oponiéndonos a la regulación específica de las actividades que desarrollamos en Internet, especialmente cuando éstas no difieren de las que realizamos fuera de la red, los usuarios de Internet estamos presenciando una constante injerencia de los estados en la actividad social, cultural y económica que desarrollamos a través de la red. Los países anglosajones, que se basan más en el precedente judicial que en la norma escrita son, justamente, los que más esfuerzo regulatorio están desarrollando. Ahora parece que le ha llegado el turno a los cibercupidos, a los servicios destinados a buscar tu media naranja. Alarmado por el creciente número de estafas a los usuarios de estos servicios el poder legislativo norteamericano está planteando una serie de normas que castiguen al intermediario por la falta de madurez de su cliente. Parece ser que algún desaprensivo ha utilizado estas plataformas de contacto para enamorar a otros corazones solitarios y pedirles dinero para desplazarse al lugar de encuentro o para trámites prematrimoniales. Una especie de cartas nigerianas que en vez de ofrecer negocios, juegan con los sentimientos. La cibercandidez de la que hablaba hace unos días, junto con la preocupación por la popularidad de los gobiernos, va a conseguir que hacer clic en una página web tenga más riesgos jurídicos que montar una gasolinera en medio de una ciudad.